(Publicado originalmente el viernes 28 octubre 2005 a las 16:16)
Estoy oyendo que los abogados del Betis andan presentando alegaciones para que perdonen a sus jugadores por los insultos al árbitro de anteayer y no les suspendan ningún partido, y estoy pensando que nada de esto les hubiese ocurrido si en vez de estrellas del fútbol fuesen estrellas del rock. Los futbolistas peleones, los de insulto o escupitajo fácil, no tendrían ni la mitad de los problemas si en vez de desfogarse en un partido lo hiciesen en un concierto.
Porque la historia del rock dicta que las estrellas tienen licencia para dar patadas y toda clase de golpes a cambio de bastantes pocos problemas. Jugadores como Javi Navarro o Pablo García han equivocado su oficio, podrían haber sido mucho más felices como estrellas del rock, porque sus hazañas no les hubiesen significado prohibiciones ni persecuciones. Las estrellas del rock pueden patear, dar puñetazos, escupir e incluso torturar a sus fans y oponentes sin miedo a recibir mucho más que una tarjeta amarilla ni que ningún comité les castigue con tres conciertos de suspensión.
Y en las historias que os voy a contar a continuación lo vamos a comprobar. Pero recordad que, como todo lo que relato en esta sección, su veracidad está sujeta a la cuarentena que le impone el título de “apócrifos”.
Nuestras estrellas de rock favoritas a menudo te pueden estropear la cara casi sin apenas moverse. Sólo ten en cuenta dos cosas: la clase de botas (grandes, pesadas, llenas de adornos de metal) que suelen gastarse, y su posición en el escenario con respecto a tu cabeza. Sí, tu cabeza, que parece un balón de fútbol invitando a convertirse en futbolista a cualquier cantante que tenga una patada medio decente. Ni siquiera es necesario saber artes marciales.
Indudablemente, el Pablo Alfaro del rock sería Keith Richards. Fue de los primeros en realizar esta simple maravilla de la ciencia de los escenarios durante un concierto en 1.964 en Blackpool. Interrumpido y escupido a cada rato por un grupo de escoceses resentidos por el lujurioso abandono inducido en sus novias por los Rolling Stones, Keith comenzó a pisarles los dedos y darles patadas en las manos. Extrañamente, esto lo único que hizo fue determinarlos a hospitalizar a Keith y al resto de los Stones. Así que, naturalmente, Keith decidió que la extrema violencia era la mejor solución, y le pateó la cara a uno de ellos con la puntera de su bota antes de ser arrastrado a un coche que esperaba en un lugar oportuno y le sacó de una erupción a gran escala, que fue en lo que se convirtió la marabunta asaltando el escenario.
Aunque le siguen de cerca esos australianos medio locos que se llamaron Birthday Party. Después de haberse ganado con el sudor de su frente el título de «Grupo más violento que se haya paseado por Europa» gracias a varios oscuros incidentes, finalmente demostraron su capacidad en Hamburgo. El ya fallecido Tracey Pew, su bigotudo bajista de sombrero vaquero, se sorprendió de pronto al notarse una sensación cálida y húmeda por la parte baja de su pierna durante la actuación. Al volverse vio que uno de los fans se estaba meando en su bota. Naturalmente, Tracey Pew estrelló su bajo en la cara de tal insensato. Inevitable intento de invasión del escenario por parte de la audiencia. Debió ser un concierto muy divertido.
A Nick Cave, no debió parecerle tan divertido porque comenzó a huir del escenario golpeando todas las caras que se iba encontrando por el camino antes de que todo el grupo consiguiese salir por una puerta trasera hasta su furgoneta, perseguidos por una veintena de homicidas punkies alemanes. La banda pudo escapar a salvo, pero su guitarrista Roland S. Howard no estuvo satisfecho hasta que no tuvo su participación en los hechos, así que salió de la furgoneta, volvió corriendo hacia atrás hasta llegar a su perseguidor más cercano y romperle una botella de vino en la cabeza, antes de desaparecer en la noche.
En la actualidad los asaltos entre músicos y audiencia pasan más por el lanzamiento de misiles en vez de correr el riesgo de un combate directo. Las oportunidades están a favor del músico, porque tirando cosas a los espectadores seguro que le da a alguno. Y éstos lo tienen mucho más difícil para darle a él. Eso sería probablemente lo que pensaron los Beastie Boys la noche que comenzaron a arrojar latas de cerveza llenas sobre una ingobernable audiencia en Liverpool. Acertaron de lleno sobre una desafortunada chica que después de necesitar varios puntos de sutura también necesitó la asesoría de un buen abogado.
Este anterior es sólo un ejemplo de las ramificaciones legales que pueden acompañar los inocentes juegos de lanzamiento de chismes con el público. Nicky Wire sólo intentaba ser amigable cuando lanzó su bajo al público en el Festival de Reading de 1.993. Le dio a uno de los guardias de seguridad en la nuca y tuvo que ser hospitalizado. Morrisey también era inocente, incluso generoso, cuando arrojó su pandereta a la audiencia en un concierto americano y le dio a una chica en la cara; que enseguida le puso un pleito. Y un caso muy similar le ocurrió a Rod Stewart también en los Estados Unidos cuando chutó un balón de fútbol hacia la audiencia y, sí, golpeó a otra chica… sí, en la cara, y… sí, la chica le demandó. Por 200.000 dólares; unos 30 millones de pesetas. Mientras tanto, Martin Chambers, desventurado batería de los Pretenders, escapó con un trago de su propia medicina cuando, en una demostración de aprecio a su audiencia de Birminghan les tiró sus baquetas. Antes de que tuviese tiempo de salir del escenario, uno del público le devolvió una de ellas, dándole de lleno en la cabeza.
Ha habido, sin embargo, proyectiles mucho más siniestros en la historia del rock que estos que hemos comentado. Si no, que le pregunten a Ozzy Osbourne, que después de sus famosos incidentes con murciélagos y palomas en los primeros años 80 fue regularmente bombardeado con toda clase de mamíferos muertos y menudillos de pollo. Una noche consideró que ya estaba bien la cosa y decidió devolver algo de lo que le tiraban. Eligió una masa informe de hígado congelado, el cual, como ya te habrás figurado, golpeó a uno del público y, sí, lo dejó K.O. y sí, probablemente le demandó.
El siguiente post os prometo amarillearlo sin piedad con estragos mucho mayores perpetrados en los conciertos de rock. Despedimos éste con un recuerdo para nuestro paisano Goyo que, junto a otro colega que no recuerdo ahora quien era(*), se divirtió una noche intercambiando con el público de la Sala Alcázar lanzamientos de vísceras mientras sonaba el estribillo de aquella canción… “demasiado corazóooooooon, demasiado corazóooooooon…”. ¿estabas tú allí la noche de los corazones de vaca volantes…?
(*) : Una posterior visualización del video de Zona Saturada muestra que el cómplice de Goyo no era sino Charly «The vago».
Comentarios
1. El sábado 29 octubre 2005 a las 14:26, por Monsieur Jacobine
2. El domingo 30 octubre 2005 a las 00:51, por carrascus
3. El domingo 30 octubre 2005 a las 13:42, por JuanMa
4. El lunes 31 octubre 2005 a las 13:02, por Monsieur Jacobine
5. El lunes 31 octubre 2005 a las 16:21, por carrascus
6. El martes 1 noviembre 2005 a las 18:35, por Profesor Franz
7. El miércoles 2 noviembre 2005 a las 13:30, por Monsieur Jacobine
8. El miércoles 2 noviembre 2005 a las 14:26, por carrascus