UN PEQUEÑO PASO PARA UN HOMBRE…
Venía del trabajo escuchando música en el coche, con el mp3 en modo aleatorio y saltó una canción que hacía ya bastante tiempo que no escuchaba y que al volverlo a hacer hoy he visto que habla de un tema enormemente actual… el puto dinero.
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Dinero. Escapa.
Consigue un buen trabajo con más sueldo y estás OK.
Dinero. Es divertido.
Coge la pasta con las dos manos y móntate en el taco.
Coche nuevo, caviar, sueños de cuatro estrellas;
creo que me compraré un equipo de fútbol.
Dinero. Vete.
Estoy bien, tío; no toques mis billetes.
Dinero es éxito.
No me hables de virtudes ni gilipolleces;
soy parte de la gente guapa
y creo que necesito un Jet privado.
Dinero es un crimen.
Compártelo justamente…
…pero no toques el mío.
Dinero. Por eso dicen que es la raiz
de todos los males.
Pero si pides un aumento
no te sorprendas de que no te den ni un céntimo.
Esta canción tiene ya la friolera de 39 años de edad y pertenece a un disco de Pink Floyd llamado “The dark side of the moon”, que es uno de los grandes monumentos de la historia del rock, una obra tan abrumadora desde el punto de vista estético como del estadístico. Un disco deslumbrante del que se han vendido más de 50 millones de copias en todo el mundo y del que aún se siguen vendiendo aproximadamente un millón más cada año que pasa en todos los formatos actuales. Y eso a pesar de no haber llegado a ser nunca número 1 en las listas de ventas de Inglaterra. Desde que se editó estuvo entre los 75 primeros de esas listas durante 310 semanas seguidas y todavía sigue apareciendo por ellas en periodos de grandes ventas, como las navidades, o cuando se reedita para conmemorar números redondos de su cumpleaños, por ejemplo. En los Estados Unidos, sin embargo, sí llegó a estar en el número 1, pero solamente durante una semana; aunque en el Top 200 de Billboard estuvo 741 semanas consecutivas… más de 14 años del tirón.
Pero si sus cifras son impresionantes, hay otra cosa que es más impresionante aún. Y eso es escucharlo.
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Respira; respira en el aire.
No tengas miedo de sentir.
Vete, pero no me dejes.
Mira a tu alrededor y escoge tu propio terreno.
Vivirás muchos años y volarás muy alto,
tendrás muchas sonrisas y llorarás muchas lágrimas.
Y todo lo que puedas tocar y todo lo que veas
es lo único que tu vida será.
Corre, conejo, corre.
Cava el agujero, olvídate del sol.
Y cuando por fin hayas acabado el trabajo
no te sientes, es hora de empezar de nuevo.
Vivirás muchos años y volarás muy alto,
pero solo si te dejas arrastrar por la marea
y, balanceándote en la ola más alta
corres hacia una fosa temprana.
Y además no es en absoluto un síntoma de que te estás haciendo viejo ni una admisión de culpabilidad en los círculos más enrollados el admitir que admiras este disco, o que te gusta mucho. Desde que el punk dio a Pink Floyd una patada generacional en el culo este disco ha ido persuadiendo a las diferentes oleadas de adictos musicales de que sus veteranas credenciales son auténticas y buenas. Sobre todo, en la década de los ’90 se le demostró un especial cariño. Cuando la música dance se disparó y declaró que todo lo que se había hecho antes quedaba obsoleto, salieron los Shamen, uno de sus grupos principales, para proclamar mientras bailaban con los brazos en alto, que Pink Floyd eran su mayor fuente de inspiración. Cuando el britpop reafirmó la supremacía de las canciones de tres minutos, llenas de guitarra y buen rollito, los Radiohead se desmarcaron de la mayoría con su extraño y absorvente “OK Computer” y los críticos decían que sin duda eso había sido porque se habían pasado mucho tiempo escuchando “The dark side of the moon”. Pink Floyd son influyentes todavía, sí; sin ir más lejos ahí tienes a Nudozurdo, una de las mejores bandas que tenemos por aquí en la actualidad; o a los GAF, que tan fantástico concierto nos ofrecieron en el CICUS hace unos días…
Y la razón de eso es “The dark side of the moon”. Sin este disco Pink Floyd hubiesen sido considerados una fascinante excentricidad de la era post-hippy. Después de todo, y volviendo a las cifras como indicadores comerciales de su status, de ninguno de sus seis discos anteriores se habían vendido más de un cuarto de millón de copias; su último single de cierto éxito, “See Emily play”, lo habían editado hacía ya doce años; en los USA sus discos nunca habían llegado en las listas más allá del número 55 que logró “Atom heart mother” en 1970…
La cuestión es ¿por qué “The dark side of the moon”? Y, sinceramente, ésa es una pregunta que solo se puede responder con generalidades.
La clave parece ser el adecuado equilibrio de opuestos: está lleno de electrónica, tecnología, efectos de sonido, sintetizadores, sonido espacial, intelectualidad; pero también está lleno de alma, de grandes emociones, de voces que cantan (y que hablan) desde el corazón, y de guitarras y saxofones que hacen lo mismo. Está lleno de ruidos grandes, enormes… y de silencios casi subsónicos…
Y además estaba el lenguaje empleado. De forma muy consciente, Roger Waters se concentró en símbolos de extremos fundamentales: el sol y la luna, la luz y la oscuridad, el bien y el mal, la fuerza de la vida como opuesta a la fuerza de la muerte… y consiguió que no sonase todo como un ejercicio académico, como el sota, caballo y rey de la imaginería poética sino como si le estuviese hablando a cada uno de los oyentes concretos del disco y le estuviese diciendo: “mira, tío; sé que a veces tienes malos sentimientos e impulsos chungos porque a mí también me ocurre, y una de las formas en las que puedo estrechar mi contacto contigo es compartir el hecho de que yo también me siento mal muchas veces”. El título del disco lo explica muy bien; está extraído de una de las frases de la canción “Brain damage”: “I’ll see you on the dark side of the moon”.
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El lunático está en la hierba.
El lunático está en la hierba,
recordando juegos
y cadenas de margaritas y sonrisas.
Es necesario que los locos sigan el sendero.
El lunático está en mi pasillo.
Los lunáticos están en mi pasillo.
El periódico empuja sus caras dobladas al suelo
y cada día el repartidor de periódicos trae más.
Y si el dique se rompe demasiado pronto,
y si no queda más espacio encima de la colina,
y si tu cabeza explota con temores oscuros,
te encontraré en la otra cara de la luna.
El lunático está en mi cabeza.
El lunático está en mi cabeza.
Levantas el cuchillo, haces el arreglo.
Me arreglas hasta que esté sano.
Cierra la puerta con llave
y tíralá lejos.
Hay algo en mi cabeza,
pero no soy yo.
Y si la nube explota, atruena en tu oído.
Gritas y parece que nadie te escucha.
Y si el grupo en el que estás
empieza a tocar melodías distintas
te encontraré en la otra cara de la luna.
De todas formas hay muchos artistas que pueden explicar su trabajo con una lucidez igual o superior, pero eso no significa que su música te vaya a conmover durante cuarenta años. Una gran parte del poder musical de este disco reside en los antecedentes y la experiencia de todos los miembros de Pink Floyd. Todos ellos gente de clase media que habían crecido con la disciplina mental y el orden de una buena educación. Roger Waters y Nick Mason estudiaron arquitectura y Rick Wright, piano clásico.
Pero llegó un momento en que todos se apartaron del buen camino y se sumergieron en el underground electrónico del Londres de los últimos años 60. Aunque nunca perdieron del todo esa reserva emocional que es la quintaesencia del comportamiento inglés que todos compartían, todos los miembros de Pink Floyd se contagiaron del semi salvajismo de su colega Syd Barrett, el improvisador incansable, y aprendieron a expresar sus sentimientos más oscuros a través del rhythm & blues, que era el fuerte de David Gilmour, y del blues tradicional, con el que Rick Wright creció a través del entorno musical de su madre, una activista política radical.
Pero más allá de cualquier intento de racionalización de esta obra, lo que está claro es que lo importante es la música, los músicos y la forma en que los oyentes respondían a su escucha. Por supuesto que cuando lo editaron, los de Pink Floyd pensaban que habían hecho un gran disco, igual que lo pensaron otro montón de millones de personas; pero dentro de ese resultado satisfactorio muchas de las ramificaciones de su éxito no tuvieron nada que ver con el carácter ni las intenciones de la banda.
Por ejemplo, se asumió que “The dark side of the moon” era el disco perfecto para drogarse; la banda sonora para un trip perfecto fuese cual fuese el narcótico elegido por el oyente. Se asumió también que lo miembros de Pink Floyd compusieron y grabaron el disco igualmente cargados, pero nada más lejos de la realidad según contaba David Gilmour años más tarde.
El mayor vicio de Roger y de Nick era el alcohol. Nick y yo fumábamos algunos porros, pero de forma esporádica. Pero en aquel tiempo ésa era la imagen que tenían de nosotros. No sé con seguridad si Roger llegó a tomar alguna vez LSD, pero lo que sí sé con seguridad es que todos nos apartamos de esa sustancia después de que Syd nos dejase en abril del 68. Pero nunca nos hemos podido librar de nuestra mala reputación. Ni siquiera hoy día.
Parece que eran gente más asentada de lo que pensamos… a finales de 1971, cuando comenzaron a escribir “The dark side of the moon”, David Gilmour era el único miembro del grupo que permanecía soltero. Nick Mason y Rick Wright acababan de ser padres por primera vez. Eran tipos serios, con vidas serias, haciendo un disco serio…
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Pero el éxito se les fue de las manos. Fue más allá de lo planeado, más allá de lo que hubiesen querido, más allá de todo. El destino de “The great gig in the sky”, la pieza que cerraba la cara uno del disco, es lo que quizás ilustra mejor cómo la música puede llegar a alejarse de sus creadores. Conceptualmente compuesta como una canción sobre la muerte, en los años 70 era conocida, por ejemplo, como el respaldo favorito para las chicas de los sex shows en Amsterdam. O en 1990, por poner otro ejemplo, los oyentes de la emisora nacional de radio australiana la votaron como “la mejor canción del mundo para follar”. O en 1994, por cambiar de tercio sexual, la compañía Neurofen la adoptó como banda sonora para su cura contra los dolores de cabeza.
Hoy en día uno piensa en Pink Floyd y piensa en años en el estudio de grabación, en cientos de tomas, en importantes deliberaciones, en perfeccionismo obsesivo, en salir a tocar una vez cada cinco años si es que tienen ganas… pero la creación de “The dark side of the moon” no tuvo nada que ver con esto. Dadme unos días para escribir un nuevo post y veremos cómo se fue desarrollando todo…