Para Zambombo, que lo pidió.
En este repaso a salto de mata que le estamos dando al nacimiento del rock en España habíamos hablado ya de cómo a los grupos que surgían en la periferia se les hacía poco caso, o ninguno, y aunque los que surgían en Barcelona sí gozaron de bastante éxito, y Los Sirex, Los Mustang, Lone Star, Los Salvajes, Los Cheyenes, etc, fueron ámpliamente conocidos, la estrella de esta ciudad como centro de la música joven española se fue apagando a medida que iba adquiriendo más y más importancia la naciente televisión que se hacía desde Madrid.
A partir de la mitad de la década de los 60, en Barcelona solamente la “nova cançó” y los cantantes de su entorno mantuvieron viva una escena musical, muy minoritaria y prácticamente restringida a Cataluña. Serrat era la única excecpción a esta regla.
El centro sobre el que giraba la música pasó, pues, a Madrid, desde donde se hacían los únicos programas musicales, tanto en televisión como en radio, que tenían cobertura y seguimiento nacional, y que se nutrían casi exclusívamente de artistas y discos que grababan en la capital. Y el paisaje estaba poblado, como ya sabes también, en su mayoría, por ye-yés y versioneros.
El caso es que aquí no terminábamos de apuntarnos a la revolución musical que se estaba fraguando en el mundo, y malvivíamos con nuestra endogamia nacionalista y triunfalista, que hacía que el cronista musical de la época, Álvaro Retana, escribiese en su “Historia de la canción española” cosas como ésta:
España exporta a los cinco continentes arte y belleza: Pilar López y Antonio, Sara Montiel y Lola Flores, el Cordobés y Paquito Camino, y ¿qué nos envían a cambio?: abortos artísticos, engendros irritantes, camelos descarados…
Si no te has dado cuenta, se refería a los Beatles y a la gran marea que levantaron, al cambio formal y musical que supusieron, y que por fuerza llegó también hasta nosotros a pesar de posiciones en su contra que, como no podía ser de otra manera, quedaron muy pronto fuera de lugar.
En esa misma “Historia de la canción española” se podía leer este otro párrafo:
¿Por qué no aceptar cualquier rítmo invasor, acomodándolo a la inspiración de nuestros compositores?.
Y esas frases reflejaban perfectamente la génesis del grupo que nos ocupa en el post de hoy: LOS BRINCOS.
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«A mí con ésas»
La compañía discográfica Zafiro entendió perfectamente que la música estaba evolucionando, y que de ello se podía sacar muchísimo beneficio. Solamente había que traducir a la española esta revolución musical que se estaba concretando en todo el mundo moderno. Para ello creó un nuevo sub-sello discográfico, Novola, que prentendía ser la vanguardia de la producción más avanzada y joven de la compañía, y puso al frente de él, como director artístico a Luis Sartorius.
Si recordáis, en un post anterior citábamos a Los Estudiantes como el primer grupo madrileño realmente significativo. Pues Sartorius era el segundo guitarra de esta banda, aunque a él lo que realmente le gustaba del mundo artístico era formar parte de la tramoya en vez de estar en primera línea, por lo que desde su nuevo cargo en Novola pudo disfrutar a tope dedicándose a la promoción y a poner en marcha sus novedosas ideas sobre el negocio. A su favor tenía además que al haber sido músico, y al haberse pateado con Los Estudiantes todos los lugares interesantes del mundillo musical, se conocía al dedillo todos los ambientes y a todos los tipos que pululaban por ellos, así como sus calidades musicales.
A él fue a quien se le ocurrió la “brillante” idea de crear un conjunto moderno, a imagen y semejanza de los Beatles, pero netamente español. Y cuando le estaba vendiendo la idea a sus jefes de Zafiro, ya tenía en la cabeza la idea de Los Brincos, aunque todavía este nombre ni siquiera existía..
Tenía que ser una banda que crease sus propias canciones y no se limitase a hacer versiones de las de otros… como los Beatles. Además, tenía que estar compuesta por cuatro miembros… como los Beatles.

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«Tú me dijiste adios»

Fernando Arbex fue el primer componente que Luis Sartorius eligió para esta nueva banda, ya que era el batería de Los Estudiantes y tenía plena confianza en él. A través de Fernando se fueron incorporando los otros tres; primero Juan Pardo, que también había estado en Los Estudiantes y después en Los Pekenikes, y en la actualidad pertenecía al elenco del musical dominical de la tele, “Escala en Hi-Fi”. El tercero fue un joven filipino que también andaba por Los Pekenikes, y que unía belleza de imagen con soltura musical; se llamaba Antonio Morales, pero siempre ha sido muchísimo más conocido por el apelativo de Junior. Y ya con un guitarra solista (Junior), un guitarra rítmica (Juan) y un batería (Fernando), para ser… como los Beatles, solo necesitaban un bajista; e incorporaron a Manolo González (hermano del gran actor Agustín González), que actualmente iba a formar parte de Los Estudiantes tras dejar a The Blue Shadows, donde intentaban emular la música de ese otro grupo inglés al que citaban en su nombre, y del que también formaba parte como batería el futuro piloto de Fórmula 1 Emilio de Villota. Lo cierto es que en Los Estudiantes no vio claro su futuro y se decidió por la segunda oferta que se le presentó.
Ya tenían la banda; ahora había que conseguir un buen repertorio de canciones. Y también se logró a base de muchísimas horas de ensayo y de quemar muchísimas ideas. Se marcó la pauta a seguir, se organizó el proyecto, se eligieron las canciones, se planearon las grabaciones; y cuando Luis Sartorius ya tenía a punto su nuevo grupo …como los Beatles, pero en español, e iba atando mentalmente los últimos cabos mientras se dirigía a su casa después de unas copas tras otra dura jornada de trabajo, la lluvia hizo que su Seat 600 se estrellase contra una farola en la Plaza de la Independencia. El resultado fue mortal para él.
Y casi lo fue también para Los Brincos. Luis había sido su verdadero inventor, su pieza clave; el que había puesto en contacto a artistas y editores; el que estableció las bases del trabajo y del estilo… el motor del proyecto había dejado de funcionar. Y todavía todo existía sin una base sólida que lo sustentase. No se había firmado ni un solo contrato… incertidumbre.
En el entierro de Luis, los cuatro miembros del grupo conocieron al director de Zafiro, y éste les tranquilizó sobre el futuro, y les citó para unos días más tarde, con objeto de firmarlo todo. Sin Luis Sartorius ahora todos los derechos que saliesen de los contratos se dividirían escrupulosamente en cuatro partes iguales. Todavía el éxito y el dinero que éste trajo consigo no había creado ningún cisma, ni nadie quería hacer prevalecer sus opiniones sobre las de los demás.
Pero todavía no tenían un nombre que poner en los papeles, y después de desechar muchos de ellos se quedaron con el que se le ocurrió a Rosetta Arbex (la futura “Ay, ay, Rosetta” de Camilo Sesto), hermana de Fernando, porque ya puestos, también era un nombre que empezaba por B… como los Beatles; que tenía dos sílabas… como los Beatles, y que se acentuaba como palabra llana… como los Beatles. A la firma del contrato, Zafiro les hizo un adelanto de trescientas mil pesetas, que en aquel tiempo daban para mucho y era muy inusual que alguna compañía hiciese un desembolso de este tipo con un grupo nuevo. El dinero sirvió para la compra del equipo eléctrico que sustituiría a sus guitarras españolas. Y aunque en unas memorias publicadas de Juan Pardo decía éste que el adelanto solo fue de 100.000, que su padre le prestó otra cantidad igual, y que el resto se lo financiaron a plazos en la tienda, el caso es que a partir de ahí comienza el lanzamiento en todos los terrenos. Había llegado el momento de que España empezase a conocer a Los Brincos.

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«Mejor»
Todo este tinglado, además del artístico, iba a tener un marcado componente de negocio, por lo que había que poner al frente de las contrataciones futuras del grupo al manager que mejor se moviese como un tiburón en medio de aquel mar, y por eso pusieron a Los Brincos bajo la tutela de Emilio Santamaría, uno de los representantes artísticos más avispados que han campado por nuestro país, aunque al final resultase más conocido por ser el padre de Massiel.
El aspecto musical se dejó en manos de Mariní Callejo, que empujó de forma considerable las grabaciones de los cuatro músicos con su producción, sacando de ellos lo mejor que tenían, a pesar de que muchas historias apócrifas han contado posteriormente que ninguno de los cuatro tocaba en sus discos. La verdad es que sí lo hacían; ellos son los que cantan y tocan, si bien es verdad que algunas veces se contrató a algunos músicos de sesión para los clarinetes o los violines y que los instrumentos menos convencionales que aparecían en sus canciones los tocaba la propia Mariní. Y no solo Los Brincos eran los que tocaban en sus discos sino que además solían poner la música y los coros en las canciones de otros intérpretes, como por ejemplo “La chica ye-yé” de Conchita Velasco, algo que nunca se dijo porque ella editaba sus canciones en Belter en lugar de en Zafiro.
Mariní, al estilo de George Martin… como los Beatles, fue el quinto Brinco, y no solo les aconsejó musicalmente, produjo, supervisó y ayudó, sino que se encargaba también de escribir las partituras de las canciones que ellos componían, ya que no sabían leer ni escribir música y en aquellos tiempos era necesario presentar las partituras de las canciones en la SGAE para poder registrarlas.
El tercer aspecto era el de la imagen, y de ello se ocupó Santiago Vázquez, que por entonces era el encargado de las relaciones públicas y la promoción del sello, y posteriormente fue uno de los locutores de televisión española más conocidos. De él fue la idea de españolizar a Los Brincos con aquellas inconfundibles capas negras con forro rojo de sus primeras aparaciones públicas y de los zapatos con cascabeles, otro elemento original para personalizar a la banda y que también lucirían posteriormente llenas de orgullo todas sus fans.
Y el desarrollo de todos estos aspectos se documentó adecuada y masivamente a través de un programa de televisión, “Así se forma un conjunto”, en el que se divulgaron todas las luces del proyecto pero ninguna de sus sombras. Para su presentación se lanzarían casi simultáneamente durante el mismo mes de diciembre de 1964, dos Eps, el formato que imperaba en aquellos momentos; dos singles, porque Zafiro pensaba que los tiempos iban a cambiar de un momento a otro y éste sería el formato habitual (cosa en la que acertaron de pleno) y un LP, para demostrar la confianza en ellos y para que ellos pudiesen demostrar el caudal de ideas que tenían.

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«Cry»
Los Brincos querían que su canción estrella fuese “Cry”, cantada en inglés, que pensaban que les daba una cierta sensación de internacionalidad, sin embargo, los técnicos que les rodeaban pensaban que era absurdo lanzar la imagen de un grupo muy español, que era lo que se pretendía, sobre la base de una canción en inglés, y preferían basarla en “Flamenco”, a la que Los Brincos odiaban y consideraban una españolada que les habían obligado prácticamente a grabar. Al final todos se salieron con la suya, porque uno de los singles se editó con “Cry” en la cara A y “Flamenco” en la cara B, pero el público acogió con muchísima más fuerza esta segunda canción, que fue la que al final llegó al número 1 en el formato de EP.
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«Flamenco»
El pistoletazo de salida tuvo lugar el 15 de diciembre del 64, en la Casa de Suecia, y desde ahí avanzó sin freno la fiebre de las fans, a la que se dio el nombre de “brincosis”… como la “beatlemania”.
El día de su presentación Los Brincos llegaron a la cita con una hora y media de retraso, y como nadie les puso mala cara a “los reyes”, le cogieron gusto a la idea y a partir de entonces siempre la llevaron a la práctica. Para ellos, llegar tarde a las citas con la prensa, a las presentaciones, a los conciertos, a todos los lugares donde eran esperados como las figuras estelares que eran, era una muestra de importancia, de magnificencia; mientras la gente aceptase esperarlos, significaría que su popularidad seguía viva. El saberse ídolos les llevaba a dar conciertos con cuentagotas, exigiendo a cambio un sin fin de garantías que volvían loco a Emilio Santamaría; como el dinero no les faltaba no aceptaban tocar en cualquier sitio a cambio de pasta; los locales los escogían minuciosamente, teniendo en cuenta sobre todo la comodidad para desplazarse a ellos y el prestigio que tuviesen.
Los cuatro se movían perfectamente en el invento que le habían proporcionado, y lo hacían a su aire. Probablemente cansados de los maratonianos ensayos previos al lanzamiento, ahora no ensayaban con mucha asiduidad, aunque sí seguían componiendo, sobre todo Fernando Arbex, el líder autonombrado y quizás el más músico de todos. Aunque Juan Pardo se consideraba igual de líder que él. De todas formas, la verdadera estrella del grupo era Junior, la sonrisa, la imagen, el niño bonito, el que más cartas recibía de las fans. Y Manolo González era… bueno, Manolo era el del bajo.

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«Borracho»
Los Brincos fue el primer grupo español, que comenzó a contar las ventas de sus discos con números de seis cifras… el 100.000 servía de base (que normalmente se quedaba algo corta) tanto para señalar la cantidad de sus ventas como la cantidad de su caché por actuación. Así que el dinero no era obstáculo para grabar el siguiente disco. Como Londres todavía era inaccesible para nuestros músicos, se decidió llevarlos a grabar a Milán, donde también tenían técnicos y equipos de sonido que aquí no se podían ni soñar.
De aquellas sesiones salieron las canciones que compondrían su segundo disco, al que precedieron dos singles de adelanto, “Borracho” y “Tú me dijiste adios”, que tuvieron todavía más éxito que sus precedentes. El de 1965 tendría que haber sido un año triunfal, pero se enturbió por dos catástrofes. Apoyados por el reconocimiento que el grupo tuvo en Italia, y que incluso se presentaron en París y entraron en las listas de la prestigiosa revista “Salut les copains”, se decidió el asalto al mercado inglés; Los Brincos pasearon sus capas por Hyde Park y algunas de sus fotos con el pelo más corto de lo habitual para marcar la diferencia con los Beatles (al fin y al cabo ahora estaban en su casa) asomaron por las revistas, pero todo quedó en un estrepitoso fracaso. Su españolismo no era lo suficientemente exótico para los ingleses, y tampoco su sonido pareció gustarles mucho.

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«Nadie te quiere ya»
Este año fueron también contratados para cerrar el Festival de Benidorm como grandes estrellas. Y fue entonces cuando comenzaron a pagar su desisia a la hora de preparar los conciertos y de ensayar adecuadamente. La verdad es que aunque en los discos sonaban muy bien, sus actuaciones solían ser bastante flojas, pero eso no importaba demasiado porque los gritos de sus fans no dejaban apreciar demasiado la música, y al fin y al cabo en sus conciertos ésta no era lo más importante, sino el acercamiento que en ellos realizaban a la gente que quería tenerlos cerca. Y en Benidorm tocaron tan mal como lo habían hecho en los conciertos previos, pero allí se notó mucho más. Era una ocasión especial, se había invitado al evento a todos los mejores productores y empresarios musicales de Hispanoamérica para abrir mercados por allí, además TVE retransmitía por primera vez en directo la final del festival, y por eso todos fueron mucho más sensibles al desastre. Se agriaron las relaciones internas y las culpas las pagó Emilio Santamaría, al que los cuatro miembros del grupo tenían ya en el punto de mira por ser el que les metía presión y les obligaba a hacer todas las cosas que a ellos, en sus nubes, no les apetecía hacer… las cosas de los managers, ya sabéis. La separación no fue del todo amistosa, y Emilio fue sustituido por Luis Sanz, que hasta entonces estaba especializado sobre todo en representar a estrellas musicales que daban el salto al cine, como Lola Flores y Rocío Dúrcal, la futura esposa de Junior (a pesar de que al principio con quien se enrolló fue con Juan Pardo), cuya saga está actualmente dando tanto que hablar en los programas de telebasura.
Sin embargo en España seguían siendo los reyes absolutos. Ya en 1966, con ”Mejor” y “Un sorbito de champán” como canciones triunfadoras de aquel verano, los últimos meses son de un bajón espectacular. La edición de su segundo LP, con un precio de venta más caro de lo habitual y sin embargo plagado de canciones ya publicadas anteriormente en singles y Eps, no se vende tanto como el primero. El nuevo single, ”A mí con ésas” también supuso, según una parte de la prensa musical, un descenso de calidad. Todo esto hace que las divergencias entre Los Brincos sean cada vez mayores.

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«Un sorbito de champán»
Con Luis Sanz se inició el fin de la banda a causa de cómo tomó partido por Juan Pardo y Junior, a los que consideraba la cabeza y la imagen de Los Brincos, en detrimento de Fernando Arbex, por lo que las relaciones entre ellos cada vez fueron más tirantes. Así que Juan, Junior y Luis formaron un triunvirato que decidió que Fernando sobraba, y se decidió su expulsión de la banda, para reestructurarla de acuerdo a las nuevas ideas comerciales del manager. Y como el siempre callado bajista, Manolo González, no vio con buenos ojos aquellas maniobras, y esta vez sí que habló y se puso del lado de Fernando, fue también invitado a abandonar el grupo.
Pero el contrataque de Fernando resultó explosivo. Primero porque al principio de la historia había tenido la habilidad de registrar el nombre de Los Brincos como de su propiedad. Y segundo y más importante porque a petición del propio Emilio había compuesto unas canciones para la banda sonora de la película de Rocío Dúrcal “Buenos días, condesita”, en la que Luis tenía grandes esperanzas económicas. Así que Fernando Arbex retiró el permiso para que sus canciones y el nombre de Los Brincos (que es como aparecían firmadas todas las canciones propias del grupo) apareciesen en la película, que ya estaba terminada y a punto de estrenarse, con lo que hundía los negocios artísticos que Luis Sanz tenía montados con ella. Así que entre tragarse su orgullo herido y continuar con la expulsión de Fernando y Manolo, Luis optó por la primera opción.
Pero las cosas en el seno de Los Brincos ya estaban totalmente podridas y las posturas estaban tan radicalizadas por las dos partes que para no terminar a hostias, y a causa de la evidente y comercial necesidad de seguir unidos, se imponía el arbitraje de una tercera parte. Y reunidos todos en la casa del director general de la compañía Zafiro, Esteban García Morencos, donde Luis Sanz esperaba poder convencer a Fernando y Manolo de la salida amistosa, se llevaron la sorpresa de que fue él, junto a Juan Pardo y Junior, los que tuvieron que abandonar el barco en el que habían iniciado el motín.

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«El pasaporte»
Desde ese momento “la familia” quedó escindida en dos partes, por un lado Juan & Junior, que siguieron editando discos bajo ese nombre, teniendo a Luis de manager, y por otra parte Los Brincos, que continuaron su marcha con dos nuevos componentes que sacan del grupo The Shakers: Vicente “Charlie” Ramirez y Ricky Morales, que curiosamente era hermano del defenestrado Junior. Con ellos el sonido de la banda se hizo más crudo y rockero y aprovechando el camino que habían abierto Los Bravos mientras ellos estaban atareados tirándose los trastos a la cabeza, para grabar su tercer disco, “Contrabando”, pudieron contar con los estudios que PYE Records tenía en Londres y con la producción de Larry Page, que ya tenía una grandísima reputación como productor de los Kinks y los Troggs, entre otros, e incluso con los de Abbey Road, donde grabaron “El pasaporte” con el mismísimo Geoff Emerick. De las primeras sesiones salió “Lola”, el canto del cisne de la banda, que además vino con el problema añadido de la demanda que les interpuso Pete Townshend, porque la cara B, “The train”, le pareció que tenía un parecido más que razonable con su “Substitute”.

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«The train»

Mientras tanto Juan & Junior seguían recorriendo también una senda de éxitos, editados por la misma compañía Zafiro, que en realidad había salido ganando con el cambio porque ahora tenía dos buenas fuentes de ganancias en lugar de una sola. Y los ejecutivos de esta discográfica demostraron haber sido los más listos de la reunión ya que las discusiones entre ambas partes habían terminado prácticamente en una batalla campal que rompió los vínculos entre ellos, pero como al fin y al cabo todos eran artistas de la misma casa y era innecesario y económicamente suicida (Juan Pardo tenía ya unas deudas acumuladas tras la separación que llegaban al millón de pelas) mantener esta situación, les habían impuesto una aparición pública, auspiciada por la cadena SER y su programa “El Gran Musical”, en el que todos se abrazaron y se desearon mucha suerte, afirmando que todo había sido para bien. Y las fans se durmieron esa noche pensando que la división de su grupo había sido de lo más cordial.
Los Brincos siguieron en activo hasta el comienzo de la nueva década con el lanzamiento de algunos singles que ya no tenían ni de lejos la repercusión comercial (ni la calidad) de los primeros, y el último clavo de su ataúd fue el cuarto disco, “Mundo, demonio y carne”; una pretenciosa obra psicodélica y progresiva, grabada con canciones en español y en inglés (“World, devil & body”) para los dos mercados, que no sólo se encontró con el desinterés de su público habitual (y no digamos ya del público underground), sino también con la censura, que no les permitió publicar el disco en España con la foto en la que los componentes del grupo aparecían desnudos de cintura para arriba.

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«Emancipation»
Para entonces Charlie ya había dejado su puesto en la banda a Miguel Morales, otro hermano más de Junior, e incluso habían añadido al teclista Oscar Lasprilla, que se fue enseguida huyendo de la quema que significó el último disco, con lo que Los Brincos ya habían pasado a ser de nuevo un cuarteto cuando decidieron separarse. A medida que los años pasaron fuimos teniendo noticias de las carreras de Juan Pardo, Junior, y los diferentes grupos que formaba Fernando Arbex… Alacrán, Barrabás… hasta que en el año 2000 éste decidió resucitar de nuevo a Los Brincos, aunque de ellos sólo estuviesen ahí él mismo y Miguel Morales. Tras la edición del disco “Eterna juventud”, que nadie recuerda ya, Fernando Arbex estuvo de gira sacándole al nombre que siempre tuvo registrado el poco partido que pudo, hasta que en el año 2003 una larga enfermedad le llevó a la muerte con 61 años de edad.
Juan Pardo siempre tuvo mucho más claro que Los Brincos se habían acabado hacía muchos años, y unas palabras suyas, a modo de epitafio, extraídas del libro que se editó en el 2006, “Érase una vez Los Brincos y Juan y Junior”, van a ser el final de este recuerdo:
Me han acusado mucho de no querer volver a formar Los Brincos y es absolutamente cierto. En vez de acusarme deberían aplaudirme. No puedes pretender hacer con 40 años lo que hacías cuando tenías 20. No hubiera sido más que una burda imitación de lo que fuimos. El rockero más grande que ha existido ha sido Elvis Presley. ¿Qué era poco antes de morir? Un esperpento disfrazado de la Barbie que se limitaba a copiar al Elvis joven. El rock es joven, y es mentira que los rockeros nunca mueren. Los viejos rockeros chochean.
Y aunque no hayamos comulgado casi nunca con las ideas ni la música de Juan Pardo (pero tampoco somos de los que piensan que este hombre es un gafe), estamos con él totalmente de acuerdo en que Los Brincos tenían que haber terminado para siempre en 1970… como los Beatles.
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«Lola»
